El título suena combativo, y no es casualidad. Una batalla tras otra aterrizó en cines como una de las producciones más ambiciosas de 2025. Dirigida por Paul Thomas Anderson y protagonizada por Leonardo DiCaprio, prometía combinar la mirada autoral del director con el músculo de un gran estreno de estudio. Y aunque el resultado artístico ha sido celebrado, los números cuentan una historia muy distinta.
La película debutó a finales de septiembre con una apertura sólida para un título de autor —22 millones de dólares en su primer fin de semana en Estados Unidos—, pero insuficiente para un presupuesto estimado entre 130 y 175 millones. A nivel mundial, acumula unos 142 millones de dólares, lo que la deja en una posición delicada: ni un fracaso absoluto ni un éxito rentable. Algunas estimaciones hablan incluso de pérdidas cercanas a los 100 millones tras sumar los costes de marketing.
A nivel crítico, la recepción ha sido notable. Anderson ofrece una historia política, irónica y visualmente desbordante inspirada en el universo de Thomas Pynchon. Las interpretaciones han sido elogiadas, y para muchos es su película más accesible en años. Pero el caso de Una batalla tras otra demuestra que el prestigio no siempre se traduce en beneficios.
Un año de batallas para Hollywood
La cinta de Anderson se suma a una larga lista de producciones que este año no han alcanzado sus objetivos. Tron: Ares, la gran apuesta de Disney en ciencia ficción, abrió con solo 33,5 millones en Estados Unidos y unos 60 millones globales. Con un coste de casi 180 millones, se ha convertido en uno de los mayores tropiezos del estudio.
Tampoco ha salido bien parada Snow White, el remake en imagen real del clásico de 1937. Pese a una campaña publicitaria masiva y a meses de conversación en redes, la película se ha quedado en torno a 205 millones de recaudación frente a un presupuesto de 270 millones. La fórmula que antes garantizaba taquillazos parece agotarse.
Ni siquiera Pixar ha logrado salvar el año. Elio, su apuesta original, registró el peor estreno doméstico de la historia del estudio: 21 millones de dólares en Norteamérica y 14 millones en el resto del mundo. Aunque la crítica la recibió con cariño, el público familiar no respondió.
El agotamiento del modelo blockbuster
Los analistas coinciden en que el problema no es uno solo. Hay una saturación evidente de secuelas, universos compartidos y remakes que compiten entre sí por la atención del mismo público. Los costes de producción se han disparado y el margen de beneficio se ha vuelto cada vez más estrecho. A eso se suma el cambio de hábitos: el espectador prefiere esperar a las plataformas o reservar su entrada solo para experiencias realmente especiales.
El resultado es un modelo que empieza a tambalearse. Ya no basta con una gran campaña ni con un nombre reconocido en el cartel. Las audiencias son más selectivas y menos indulgentes con las propuestas que sienten recicladas. Una batalla tras otra, pese a su ambición y calidad, se convierte así en símbolo de una industria que parece estar librando su propia guerra contra la saturación.
Entre el riesgo y la reinvención
No todo es pesimismo. Títulos como Mission: Impossible – The Final Reckoning o Deadpool & Wolverine han conseguido resultados sólidos, demostrando que el público sigue dispuesto a llenar las salas cuando la propuesta ofrece algo más que ruido y efectos visuales. Pero esas excepciones confirman la tendencia general: el blockbuster necesita reinventarse.
El año 2025 está dejando una lección clara. No hay fórmula segura, ni siquiera para los grandes nombres. Y mientras Una batalla tras otra continúa su recorrido internacional, el panorama de Hollywood parece resumirse en su propio título: una batalla tras otra… y cada vez más difícil de ganar.