La historia entre Sony y Bungie empieza a torcerse. Tres años después de aquella compra multimillonaria que prometía revolucionar el modelo de juegos como servicio de PlayStation, la realidad es otra: Destiny 2 no está cumpliendo los objetivos.
En su último informe financiero, Sony ha reconocido una pérdida por deterioro de activos vinculada al estudio estadounidense, valorada en más de 200 millones de dólares. El motivo oficial es claro: las ventas y la actividad de jugadores de Destiny 2 “no alcanzaron las expectativas previstas en el momento de la adquisición”. Traducido al lenguaje de los despachos, eso significa que Bungie ya no rinde como el gigante que se esperaba.
El golpe llega en un contexto delicado para los creadores de Halo, que en el último año han sufrido reestructuraciones internas, recortes y un descenso evidente en la comunidad activa. Aunque la saga sigue siendo una referencia dentro del género looter-shooter, la fórmula empieza a mostrar desgaste, y las expansiones más recientes apenas logran mantener el interés del público.
Por si fuera poco, Marathon, su otro gran proyecto, tampoco atraviesa un camino fácil. La idea de revivir una de las licencias más antiguas de Bungie sonaba bien sobre el papel, pero su desarrollo habría sufrido cambios de rumbo y retrasos. Mientras tanto, Sony se replantea la independencia del estudio, con rumores que apuntan a una integración más directa dentro de PlayStation Studios si los resultados no mejoran.
No se trata solo de números: este revés simboliza el final de una etapa. Bungie, el estudio que antaño marcó el rumbo de los shooters modernos, se enfrenta ahora al mayor reto de su historia reciente. Si Destiny 2 no remonta y Marathon no convence, el futuro de Bungie podría pasar de ser un símbolo de libertad creativa… a un recordatorio de lo frágil que puede ser el sueño del juego como servicio.
