Hay juegos que no necesitan revolucionar su género para atraparte. Farthest Frontier, el city-builder medieval de Crate Entertainment, es uno de ellos. Llegó en 2022, fue puliéndose con cada actualización y, tras alcanzar su versión 1.0, demuestra que la paciencia y el diseño detallado todavía tienen su lugar en un mundo de títulos que buscan gratificación inmediata.
Construir, fracasar y volver a intentarlo
Lo primero que me sorprendió es su manera de enseñarte las cosas. No hay un tutorial invasivo, ni una guía paso a paso: Farthest Frontier te deja libertad para descubrir, equivocarte y aprender. Puede parecer duro, pero en esa libertad se esconde su encanto. No entenderás por qué tus aldeanos mueren de hambre cuando creías tener suficientes campos o por qué se pudre la comida en pleno verano, pero al resolverlo sentirás la satisfacción de haber entendido algo complejo por tu cuenta.
Aquí, cada decisión importa. Desde la rotación de cultivos hasta la ubicación de un pozo, todo tiene consecuencias. La simulación es tan minuciosa que a veces parece obsesiva: las plagas destruyen cosechas, los inviernos castigan a los desprevenidos y las ratas pueden arruinar tus reservas si olvidas construir suficientes trampas o producir jabón.
Un city-builder con alma de supervivencia
Crate Entertainment ha logrado un equilibrio inusual entre gestión y supervivencia. Farthest Frontier se inspira más en Banished que en Anno: no busca la expansión constante, sino el cuidado de una sola comunidad. Es un juego que te invita a pensar en el bienestar de cada habitante, a observar cómo la economía y la naturaleza se entrelazan.
Y cuando lo dominas —cuando tus rutas de comercio funcionan, los graneros están llenos y los soldados defienden tus muros— el juego te recompensa con una sensación real de logro. No tanto por lo que ves en pantalla, sino por la historia que construyes entre fallos, ajustes y descubrimientos.
Visualmente, es más cálido que espectacular. Las aldeas ganan belleza con el tiempo, y los efectos del clima o las estaciones añaden vida al escenario. Es una pena que la gestión de la velocidad de juego siga siendo algo lenta en las fases avanzadas, pero incluso esos momentos de espera acaban formando parte del ritmo meditativo que propone.
Una frontera para quienes disfrutan del proceso
Farthest Frontier no es un juego para todos. Su curva de aprendizaje puede frustrar, y su progresión a veces se vuelve pausada. Pero también es un título que te obliga a pensar, que recompensa la planificación y que convierte la rutina en parte de la experiencia.
Yo he encontrado placer en esa calma. En observar cómo cada engranaje encaja, cómo los años pasan y el pequeño asentamiento se transforma en una ciudad viva, imperfecta y orgánica. En un género saturado de propuestas brillantes pero impersonales, Farthest Frontier tiene algo que muchos olvidan: alma.


