Olvídate de las misas del domingo o de los catecismos polvorientos: la fe también se ha pasado al modo app. Según The New York Times, aplicaciones como Bible Chat ya suman más de 30 millones de descargas, mientras que Hallow llegó a ser la número uno en la App Store. Sí, por encima de TikTok y Candy Crush.
Y no solo hablamos de leer la Biblia en digital: hay webs que te permiten (supuestamente) chatear con Dios en tiempo real. Como si fuese el servicio de atención al cliente más celestial de la historia.
Fe “on demand”
Para muchos jóvenes (y no tan jóvenes) que no pisan una iglesia ni aunque les inviten a pizza gratis, estos bots pueden ser una puerta de entrada a la espiritualidad. Te responden dudas, te recomiendan pasajes, te acompañan en tus momentos de bajón… Y todo sin tener que lidiar con bancos duros ni con el vecino que canta fatal en el coro.
Rabinos y sacerdotes incluso ven potencial en esta digitalización: puede atraer a una generación entera que no conecta con la religión tradicional.
El lado oscuro del sermón automático: ¿estamos hablando con Dios o con un autocomplete?
El problema es que la IA no distingue entre fe y fake. Estos chatbots están programados para validar lo que dices, reforzando opiniones en lugar de cuestionarlas. Lo que para algunos es consuelo, para otros puede convertirse en gasolina para creencias conspiranoicas o delirantes.
Como advierte la investigadora Heidi Campbell: “No usan discernimiento espiritual, usan patrones de datos.” O lo que es lo mismo: el bot no te ilumina, solo te hace eco.
Aquí está la gran pregunta: ¿es auténtico un consejo espiritual si viene de un algoritmo? ¿Hasta qué punto sustituye a la comunidad humana, al consejo de líderes reales, a la interpretación profunda de los textos?
La fe siempre ha tenido un componente humano, de ritual y comunidad. Convertirla en un chat 24/7 puede ser cómodo, pero también corre el riesgo de quedarse en un espiritualidad fast-food: rápida, personalizada… y vacía.
Más allá de las bromas, estamos ante el nacimiento de un nuevo mercado: el de la “faith-tech”. Aplicaciones, IA y experiencias inmersivas que intentan digitalizar lo divino. ¿Lo próximo? ¿Misales en VR? ¿Confesiones vía metaverso? ¿Indulgencias NFT?
El futuro pinta, como mínimo, curioso.